Agosto de 2017 ha llegado a su último día y no quería pasar a septiembre sin escribir algunas anécdotas y reflexiones que me han dado vuelta en mi cabeza estos días.
Como algunos sabrán, la tradición de elevar cometas en el mes de agosto es algo que culturalmente tenemos bien arraigado en Colombia, si cierro por un momento los ojos a mi mente vienen fragmentos de recuerdos de amigos, mi papá, mi mamá, mis hermanos pero sobre todo mis cometas.
Sobre esas cometas quiero escribir hoy, aunque mi memoria es más bien traviesa y en esta etapa de mi vida no suelo retener muchos recuerdos de la cotidianidad de mi vida de niño o adolescente, si recuerdo muy bien que fue mi vecino quien me enseñó a hacer cometas, en mi pueblo natal Puerto Rico tenía la fortuna de vivir en una "cuadra" o calle llena de niños/adolescentes de edad promedio así que eran muchas las aventuras que compartimos jugando en la cuadra, eso hasta que nos entraban a regaños, pero esa es otra historia.
Mi vecino, como les comentaba, era un adolescente un poco mayor que yo pero que según recuerdo había aprendido a hacer cometas, de dónde o porqué, creo que esa ya es su historia que por cierto desconozco, él fue quien con cierta paciencia y me atrevería a decir que con cierto orgullo (del bueno) me enseñó los secretos de una buena cometa, recuerdo lo cuidadoso que era con el grosor de la guadua que usaba para crear los arcos que iban a ser el armazón de la cometa, el arco debía mantener uniformidad, ser flexible y delgado para balancear el peso y que además ese peso no fuera tan grande para que no le costara deslizarse sobre las tenues corrientes de aire que suele tener el Caquetá, un departamento considerado la puerta de entrada a la Amazonía.
También recuerdo que además de esa parte estructural, había un especial cuidado en la elección de los colores del papel seda que se usaba para crearlas, la idea era que se vieran elegantes y majestuosas, tenían unas vistosas colas que colgaban del armazón cuadrado y que era cuidadosamente ubicada en tres extremos de sus puntas, siendo la de atrás la de mayor majestuosidad, recuerdo muy bien que incluso se llegaban a crear, por así decirlo, ediciones especiales con detalles muy cuidados para hacerlas ver imponentes frente a las otras que creaban en el pueblo.
Quizá fue porque mi papá tenía el almacén donde se vendía el papel seda que usaba mi vecino para crear sus cometas, quizá fue eso lo que ayudó a que un día me animara a aprender y él a enseñarme, la verdad la memoria no me llega hasta allá, es más, es probable que mis recuerdos tengan ya algo de fantasía propio del paso del tiempo, de todas formas hay algo que nunca voy a olvidar, la pasión, el empeño y el gusto que se le ponía a cada cometa, en verdad era todo un deleite, lo era por crear algo nuevo, la posibilidad de plasmar una idea en algo más tangible, recuerdo muy bien esa sensación y debo decir que realmente disfruté aprendiendo no solo el arte de hacer cometas sino de liberar mis ideas.
Después de aprender, no recuerdo en qué momento yo también empecé a crear mis propias cometas imprimiendole algo de mi estilo, logrando así montar mi primera idea de negocio (dentro del negocio de mi papá y mamá), francamente yo no lo veía como un negocio, para mi solo era una forma de hacer lo que me gustaba y como añadido ganar algunas monedas.
Hacer una cometa así con esa dedicación llevaba tiempo y aunque no se ganaba mucho, si que lo disfrutaba, la sensación era mayor cuando el comprador la elegía y se le notaba que la quería y le parecía espectacular, era como haber creado algo que encajaba muy bien con el que la iba a disfrutar, luego, verlas volar era lo más emocionante, en este punto recuerdo que cada cometa era probada primero para asegurar que había quedado bien hecho, si, sin saberlo ya tenía procesos de calidad :D.
Toda esta anécdota la he escrito porque no quiero olvidar esos sentimientos y sensaciones. Hoy en día soy un empresario que hace también lo que le gusta en el terreno de la informática, quizá el trajín propio de los negocios y su constante subir y bajar propio de todo negocio nos haga olvidar que un día amamos tanto lo que hacíamos que lo considerábamos arte y belleza pura creada a través de nuestras propias ideas y el dinero pasaba a un segundo plano sin quitarle el valor de recompensa al trabajo duro y bien hecho.
No puedo decir que mi sueño en la vida fuese ser empresario, no sería sincero conmigo, en realidad quería dedicarme más a la investigación, pero la vida te pone donde debes estar en cada etapa de la vida y hay que disfrutar el viaje, en realidad me gusta lo que hago hoy en día y no quiero olvidar mis sueños de cometa, estoy seguro que una buena combinación de la experiencia de hoy con los sentimientos de juventud pueden hacerme llegar a una buena combinación para que mis nuevos sueños se eleven como una cometa.
No quiero finalizar este relato sin ponerle nombre propio al vecino que he mencionado en estos párrafos, su nombre es Hamilson Galindo y hoy en día también tiene sus propios negocios en los que espero también esté cumpliendo sus sueños, aún mejor, que no haya olvidado tampoco lo que se siente hacer las cosas con gusto, con pasión y para un bien mayor. Sea también la oportunidad para agradecerle por haber sido mi maestro de cometas de aquella época.